miércoles, 10 de junio de 2009

Aquí no se necesita flautista

No se conocían, ninguno estaba al tanto de la procedencia del otro, ni sus voces, ni los matices de sus rostros, ni sus risas, se miraban de reojo cada vez que sus caminos se cruzaban, simulaban ignorarse, él no podía pronunciar palabra, pues su lengua era comida por ratones que salían de su garganta, ella sólo ofrecía una sonrisa o dos y nada. Un día, algo, sólo algo hizo que la lluvia cayera sin control desde los cielos, él, intentando arrancar de las gotas que caían como arroz, corrió a ojos cerrados hacia un paradero, ella intentó lo mismo que él y se dirigió al mismo lugar. Allí estaban, ella no podía mirarle, él tampoco a ella, de pronto, una voz que expulsaba a todos los ratones del pecho jadeante de él dijo: “Hola, no te conozco, pero me gustaría besarte”, ella no miró, pero su rostro enrojeció hasta ser un tomate maduro, y respondió con la voz hecha un hilo, “Yo tampoco te conozco, pero también me gustaría”.